La tradición científica de experimentar con uno mismo viene de muy atrás. Isaac Newton, por ejemplo, introdujo una aguja en su ojo hasta llegar al hueso ocular para ver qué ocurría, y el doctor Barry Marshall se bebió una placa de Petri llena de bacterias para encontrar las causas de la úlcera de estómago. Pero el caso que ahora nos ocupa es uno de los mejor documentados en la historia de la ciencia.
El neurólogo Henry Head, el tipo de la foto, realizó enormes avances a principios del siglo XX en el conocimiento de nuestro sistema nervioso y en particular del sistema somatosensorial mediante un método muy poco ortodoxo: con ayuda de un colega cortó y reconectó sus propios nervios para estudiar el proceso de recuperación de las sensaciones.
Durante muchos años, el doctor Head había estudiado la recuperación después de una lesión en los nervios de sus pacientes, pero estos no eran capaces de describir adecuadamente el proceso y aportarle los datos que necesitaba. Así pues, llegó a la conclusión de que debía probar sobre sí mismo y documentar el proceso.
El 25 de abril de 1903, ayudado por su colega el doctor Sherren, Henry Head se hizo seccionar los nervios radial y externo cutáneo lateral externo de su brazo izquierdo, que le quedó completamente insensible durante muchas semanas. El experimento se prolongó durante los cuatro años siguientes en los que Head fue describiendo detalladamente el proceso de recuperación de las sensaciones. En la documentación de su trabajo (“A human experiment in nerve division”) se incluyen las fotografías de su brazo, sobre el que trazaba un mapa con las sensaciones que iba recuperando.
Las primeras sensaciones regresaron después de los primeros 43 días. Para recopilar más datos, Head introducía el brazo en agua caliente y fría y registraba cualquier variación. A los 86 días el brazo empezaba a notar el pinchazo de una aguja, aunque aún no detectaba ningún cambio de temperatura. 112 días después empezó a notar el agua fría y tardó 161 días en apreciar las primeras reacciones al calor.
Paulatinamente, las conexiones nerviosas del brazo se fueron recomponiendo y recuperando la capacidad de sentir pequeños cambios, lo que les sirvió para entender que las diferentes “somatosensaciones” se procesan por separado y se combinan posteriormente para generar la sensación del tacto. Éste y otros trabajos posteriores permitieron a Head avanzar en el conocimiento de cómo funciona nuestro entramado de nervios y harían de él uno de los neurólogos más ilustres del principio del siglo XX.
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