Acá puede que te encuentres con cualquier cosa...pero lo importante es que no vas a encontrarte solo.
sábado, 27 de marzo de 2010
Todo empezó con un hombre rascándose un huevo.
Es difícil recordar los por queses y los con que manoses, pero una cosa es cierta. Todo empezó con un hombre que sintió una leve picasón en el testículo derecho.
Como hombre que no deja picasón sin atender se rascó unos segundos y volvió a lo que estaba haciendo.
Casi inmediatamente la picazón volvió, esta vez con más intensidad. El hombre arremetió con ferocidad.
Por unos segundos todo pareció haber terminado. Pero volvió, y esta vez con todo.
Como hombre que aprende de picazones que se vuelven peores al rascarse el hombre trató de contenerse, pero cada momento se hacía más difícil resistir a la tentación.
Probó con metodos indirectos, como soplarlo con el secador, o enfriarlo con un hielo, pero el testículo enrojecido no daba tregua, cada latido del corazón hacía el sufrimiento más insoportable.
Sintiendo que estaba por perder la razón el hombre se ató a su cama de pies y manos.
Y como hombre que acierta a que va a perder la razón justo antes de perderla, perdió la razón. se arrancó un pulgar con la boca y logró hacer pasar su mano ensangrentada por la atadura que lo sujetaba. Desató la otra mano y se rascó un huevo.
Se rascó un huevo como nunca antes nadie se lo había rascado, una mano atrás de la otra para no darle un respiro a la picazón para volver.
Su testículo se hinchó más y más hasta alcanzar el tamaño (y color) de una manzana pequeña. pero el hombre no dejó de rascarse. Finalmente el testículo estalló en un espectáculo de sangre y luz.
Y ese día, la luz fue hecha.
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